16/Abril/2006
Javier Puga Martínez

Fue uno de los dos quien dijo que nunca fueron grandes amigos pero había respeto entre ellos. Y ayer se esforzaron en demostrar que, con todo respeto, ni siquiera fueron amigos.

Resulta difícil afirmar que el de ayer fue el mejor de los encuentros entre Mario Marín y Enrique Doger. O en otras palabras: no fue la mejor reconciliación entre los dos políticos más importantes del estado.

Y es que a pesar que el alcalde procuró resaltar en su discurso que ayer Puebla celebró sus primeros 475 años de vida, motivo por el cual “festejamos con alegría y satisfacción”, lo cierto es que la alegría estuvo ausente en el acto celebrado en el Monumento a los Fundadores.

En su lugar, imperó una tensa calma, que parecía romperse en cualquier momento para dar rienda suelta, nuevamente, a las declaraciones a los medios para exigir prudencia y mesura, y a las reuniones en privado para reclamar renuncias.

Caras largas, como la del secretario general del ayuntamiento Ignacio Mier, a quien mandaron a una extrema orilla del presídium —ni siquiera le pusieron tarjetita con su nombre—, como “a las demás personalidades que nos acompañan”.

Las caras ausentes fueron las más. Como la del presidente del Tribunal Superior de Justicia, Guillermo Pacheco Pulido; del secretario de Educación Pública, Darío Carmona y de la procuradora, Blanca Laura Villeda.

Ni qué decir de los rostros igual de ausentes de algún representante de los partidos de oposición, que también viven en Puebla, salvo algunos regidores del PAN en el ayuntamiento, mismos que fueron enviados a “gayola” y no bien terminado el evento, prácticamente huyeron.

¿Diputados? Unos cuantos. Sólo se pudo observar a Claudia Hernández y a Héctor Alonso Granados —quienes siguen en campaña con goce de sueldo— y a Jesús Morales, de pie, a un lado del presídium, junto a los escoltas del gobernador.

Tal vez previniendo lo desangelado del evento, tampoco estuvieron otros integrantes de la sociedad poblana. No asistieron las cúpulas empresariales, ni vecinos de las juntas auxiliares —esas que han sido olvidadas por trienios y que fueron buen tema de la pasada campaña electoral— ni grupos de mujeres, ni obreros e indígenas.

Estos últimos quizás sólo viven en el discurso, aun cuando sus antepasados hayan construido los edificios que ahora son Patrimonio Cultural de la Humanidad. La única mención a ellos fue en la “confluencia de dos culturas: la indígena y la española”.